Testimonio del Pachacutí 2017

La mejor forma de transmitir a otros qué es el Pachacutí, qué es lo que uno vive y cómo lo vive, es haciéndolo a través de una experiencia concreta, personal.

Este año se nos invitó a “poner nuestra casa sobre ruedas” y salir al encuentro de gente que necesitaba nuestra mano en 27 puntos del interior. En mi caso, me tocó vivir el Pachacutí en Tacuarembó, en un pueblito de 98 habitantes llamado Pueblo del Barro. Un lugar pequeño y sencillo pero con gente de corazón grande y generoso.

Apenas llegamos, notamos que nos estaban esperando con ansias y lo mucho que valoraban que fuera gente nueva al pueblo. Pudimos ver lo privilegiado que era el paisaje en este lugar. Todas las mañanas fuimos testigos de los amaneceres más espectaculares mientras caminábamos rumbo al MEVIR.

A pesar de que nuestra tarea principal fue trabajar en el MEVIR del pueblo, descubrimos una clara necesidad de un espacio recreativo para los niños. Por lo tanto, además de realizar el trabajo de construcción, dedicamos un espacio importante para la animación. Nos sorprendió lo mucho que disfrutaban de los juegos más sencillos como el “Fútbol Chino” o el “Pato Ganso”. Los niños nos acompañaron en todo momento, nos iban a buscar la puerta del MEVIR e incluso se quedaron con nosotros en reuniones y en la misa.

Fue una experiencia de gran austeridad, incluso dentro de la típica vivencia de Pachacutí. En el pueblo no había duchas ni baños equipados pero consiguieron uno para nosotros. La generosidad por parte de los habitantes fue extrema y nos despidieron con una gran chorizada y guitarreada.  

De esta semana nos llevamos muchas caras de las personas con las que compartimos, la certeza de que muchas de las cosas de nuestra vida cotidiana que consideramos imprescindibles no lo son y un corazón sensibilizado y agradecido.

El lema de este año fue “Nuestra casa es el mundo”: una invitación a seguir haciendo de la Tierra una casa común para todos. En el Pachacutí se nos invita justamente a salir de nosotros mismos, y a encontrarnos y compartir intensamente con otros a través de una experiencia de fe y servicio.

Reconozco lo difícil que debe que ser comprender lo disfrutable que es la experiencia y la alegría con la que se vuelve cuando la invitación es a trabajar con gente desconocida, en un lugar desconocido donde se duerme poco y en el piso y se come arroz, polenta y fideos. Es la prueba de que el Pachacutí es una experiencia de Dios; solo Él nos permite descubrir que podemos vivir con felicidad una vida más sencilla y al servicio de los demás.

Isabel Pígola
Coordinadora de Castores