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Homilía Pachacutí 2018

Rector, P. Marcelo Coppetti, S.J.

"Recen en estos días sobre lo que han vivido; cuéntenle a Jesús lo que vieron, lo que sintieron,
lo que experimentaron. Cuéntenle cuáles son las preocupaciones de la gente, sus sueños,
sus ilusiones, sus expectativas, lo que ellos compartieron con ustedes.
Sean intercesores y pongan en las manos del Señor todo eso que la gente les confió."

 

Recién escuchábamos en el Evangelio a la gente preguntarse al ver a Jesús: “¿no es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”

La gente se asombra de ver a Jesús que enseña con sabiduría, que realiza grandes milagros con sus manos. Ellos lo conocen desde siempre, Jesús ha vivido allí, en medio de ellos, es uno de ellos y por eso mismo, no lo pueden creer.

Quizás no a todos, pero es posible que algo de esto le haya pasado a lo largo de esta semana, o le está pasando en este momento, por la cabeza y el corazón a sus padres: “¿Éste es mi hijo? ¿Qué le hicieron? ¿Cómo lo cambiaron? En casa no se hace la cama, no se calienta un vaso de leche en el microondas y resulta que durante esta semana estuvo construyendo viviendas, colaborando en un merendero, pintando una escuela; y todavía, para mayor sorpresa: ¡durmiendo en el piso, pasando frío y comiendo la polenta que en casa nunca quiso probar!” Créanme que muchos lo han pensado o lo están pensando.

Pero fue así; todo eso sucedió. ¿Por qué? ¿Cómo? Quizás importa poco saber eso; y si a alguien habría que preguntarle por qué o cómo se dio ese “milagro” es nada más y nada menos que a Dios. Porque no hay duda que es Él quien actúa en el corazón de cada uno de nosotros cuando sacamos lo mejor que tenemos para dárselo a los demás. El Espíritu de Dios es el que nos mueve desde donde estamos y nos sentimos cómodos, seguros, protegidos, y nos empuja a salir a la intemperie e ir a las “fronteras”, como le gusta decir al Papa Francisco; ir allí donde por momentos surgen nuestros miedos, nuestras inseguridades y donde se ponen en evidencia nuestras fragilidades, aquellas que en el día a día, con más o menos éxito, intentamos disimular frente a los demás.

El Pachacutí es salir a la intemperie, es correr el riesgo de toparnos con nuestros límites, con nuestra pobreza y hacernos conscientes de ello; pero, al mismo tiempo, es vivir la experiencia de un Dios que camina junto a nosotros, que nos lleva de su mano y que no nos abandona en ningún momento. Dios no nos deja caer y nos sostiene a través de las personas que pone a nuestro alrededor.

San Pablo, en la carta a los corintios que escuchamos recién, nos cuenta que el Señor le dijo: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”. Y él agrega: “me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo”.

Estos días han sido, entonces, días en lo que de una forma o de otra, todos ustedes han experimentado eso de vivir la “gracia” de Dios. Habrán sido más conscientes o menos conscientes de ello, pero ha sido su gracia la que los ha sostenido. Y por eso la propia debilidad, el propio límite, el temor o la inseguridad, se habrá vuelto fortaleza en cada uno de ustedes, para bien de las personas a las que fueron a ayudar.

2018 homilia pachaA lo largo de esta semana, en los distintos lugares donde me ha tocado celebrar la Misa, la liturgia proponía siempre algún texto del profeta Amós. Uno de los tantos enviados por Dios para lograr la conversión del pueblo de Israel, a fin de que éste abandonase su vida de pecado, y volviese su mirada hacia Dios. Amós profetizó en un tiempo de gran prosperidad para el reino de Israel. Pero esa prosperidad económica no significó, necesariamente, prosperidad del punto de vista ética y moral. El lujo en el que vivían unos pocos era a costa de la miseria de los pobres. Amós se cuestiona, entonces, si es posible rendir culto a Dios sin tener una preocupación sincera por la suerte de los más necesitados ¿Se puede adorar a un Dios que se dice compasivo sin tener misericordia? Muchos, en su tiempo, pensaban que sí y reducían su vida de fe a unas prácticas piadosas en el templo, lo que provocaba el enojo y la dura reacción del profeta.

Durante estos días, el escuchar la lectura del libro de Amós me hacía pensar en el carácter profético que tiene una movida como el Pachacutí. Con sus vidas, con su actuar, cada uno de ustedes ha querido significar que “otro mundo es posible”; un mundo “al revés”, como nos dice la palabra Pachacutí.

Para mucha gente de la que ustedes han ido encontrando en estos días, su sola presencia ha sido un gran signo de interrogación. Muchos preguntan: ¿Qué hacen acá? ¿Por qué vinieron? ¿Quién los mandó? ¿Es obligatorio participar? No pueden entender que, no siendo obligatorio de parte del Colegio, ustedes estén dando una semana de sus vacaciones de invierno para dedicarla a esta actividad.

Los profetas eran incisivos en sus discursos, su cuestionamiento era más desde la predicación, desde la palabra, si bien era gente que vivía una vida de extrema austeridad. El cuestionamiento de ustedes ha sido más desde el hacer, desde el actuar proféticamente, sintiendo el rigor de la austeridad y llevando a cabo eso que nos dice San Ignacio, de que el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras.

Amós cuestionaba una fe vivida únicamente desde lo ritual, llena de ofrendas, de sacrificios de animales, pero sin una auténtica conversión del corazón, sin una preocupación sincera y eficaz por la suerte de los más pobres. La vida de los movimientos, Castores, JMI, MAS, o el que sea, nos ayuda a vivir nuestra fe en la dirección que señala el profeta Amós. Nos ayuda a ser coherentes y a que nuestra vida sacramental, que es parte de nuestra religión como lo es de toda religión, no sea vacía. En particular la Eucaristía, como sacrificio, como entrega, en la que Jesús vuelve a ofrecerse en el pan y el vino, es signo también de nuestra entrega al servicio de los demás y, por lo tanto, cobra mucho más sentido cuando uno la asocia a lo vivido en experiencias como ésta.

La dimensión profética de nuestra vida es una dimensión esencial de nuestro ser cristianos, de nuestro ser bautizados y estamos llamados a vivirla día a día.

Y ahí viene el nuevo desafío que ustedes tienen por delante: cómo llevar esto a la vida cotidiana. El Pachacutí no puede ser solo una linda experiencia. Si fuera solo eso, no valdría la pena. El Pachacutí es un momento fuerte de un proceso pedagógico que ustedes van haciendo a lo largo del año en los movimientos de los que forman parte y que apunta a lograr la conformación de cada uno de ustedes con Cristo: con su vida, con su predicación, con su modo de mirar a las personas y al mundo.

Todos nosotros, si somos de verdad cristianos, estamos llamados a vivir este proceso de irnos configurando con Cristo. Castores, JMI, MAS, la CVX o el movimiento que sea, son instrumentos que nos ayudan a ir haciendo este camino. Y ¿qué significa configurarnos con Cristo? Querer ser como Él, tener sus sentimientos, tener su mirada, su forma de tratar a los demás, de acercarse a las necesidades de la gente, de empatizar con la alegría y con el dolor de cada uno de mis hermanos. Es, en definitiva, que el otro me importe y que me importe de verdad, no de la boca para afuera.

Es un camino que implica conversión, porque todos somos conscientes que estamos muy centrados en nosotros mismos. Salir de mi “zona de confort”, como se dice ahora, o como diría San Ignacio “salir de nuestro propio amor, querer e interés”, es un desafío enorme, porque es sacrificar cosas que siento como valiosas y es morir un poco a nosotros mismos.

El Pachacutí tiene algo de todo esto, y eso lo hace una experiencia valiosa; pero puede quedarse en una experiencia de laboratorio. El desafío mayor es, ahora, llevar esto a la vida cotidiana e ir integrando lo vivido en los distintos ámbitos en los que me muevo día a día: mi casa y mi familia, el Colegio, Castores, JMI, MAS, CVX,... los lugares de servicio, la gente con la que trabajamos sábado a sábado, y cada uno sabrá qué más.

Ser testigo de la presencia del amor y de la misericordia de Dios a lo largo de mi vida es, sin duda, el mayor desafío que tengo por delante. ¡De eso se trata el ser cristianos! Esa es la misión que recibimos el día de nuestro bautismo, cuando fuimos ungidos y recibimos la luz de Cristo, con el compromiso de hacerla crecer, para que ilumine y dé sentido a mi vida y a la vida de los demás. Eso que vivimos en “chiquito” a lo largo de estos días, prolongado a lo largo de toda nuestra vida. Esa alegría que experimentamos en el darnos a los demás, de forma generosa, desinteresada y auténtica, vivido en todas las dimensiones de mi vida.

Anímense a compartir lo que han vivido a lo largo de estos días con otros. En primer lugar en casa: con sus padres, con sus hermanos, con otros familiares. Anímense a contar lo que fue para ustedes el Pachacutí, lo que les gustó y lo que no; lo que les resultó fácil y lo que fue difícil; lo que los impresionó o los sorprendió en forma positiva o en forma negativa. Poner en palabras es procesar la experiencia; articularla en el lenguaje nos permite hacer conscientes cosas que, sino, pasarían desapercibidas.

Compártanlo, también, con sus amigos, los que participaron del Pachacutí y los que no. Unos y otros les van a ayudar a ir descubriendo cosas nuevas de lo vivido en estos días, ya sea por contraste con sus propias experiencias, ya sea porque al no haberla vivido, habrá muchas preguntas y cosas para querer conocer y entender.

Por último, y lo más importante, compártanlo con Jesús. Recen en estos días sobre lo que han vivido; cuéntenle a Jesús lo que vieron, lo que sintieron, lo que experimentaron. Cuéntenle cuáles son las preocupaciones de la gente, sus sueños, sus ilusiones, sus expectativas, lo que ellos compartieron con ustedes. Sean intercesores y pongan en las manos del Señor todo eso que la gente les confió. Recen, también, por sus compañeros. Seguramente hemos visto cosas que nos han sorprendido de cada uno de ellos, para bien y para mal. Agradecer por las cosas buenas y las otras, confiarlas a Dios. Pero rezar y preguntarle al Señor cómo ayudar a mis compañeros a superar sus dificultades. Y rezar por ustedes mismos. Jesús nos advierte que es más fácil ver una paja en el ojo de un vecino que una viga en el propio ojo; pero yo estoy seguro que el Pachacutí es una experiencia donde, sí o sí, nos damos cuenta de lo mucho que nos falta. Es difícil no haberse dado cuenta de nuestros propios límites, de nuestras fragilidades y pobrezas, o al menos de algunas de ellas ¿Qué hacer entonces? Una vez más, confiárselas a Dios. Poner en sus manos todo lo que somos, con todo lo bueno y lo malo que convive en cada uno de nosotros, sabiendo que Él es capaz de transformarlo todo. La confianza en el Señor es lo que hace de nosotros creaturas nuevas, capaces de vivir la vida según lo que Él quiere de cada uno de nosotros. Hemos experimentado su gracia a lo largo de estos días que nos ha permitido sacar lo mejor de nosotros mismos para darlo a los demás. Que podamos vivir siempre esta experiencia de su gracia, que nos hace fuertes y nos invita a vivir la vida con generosidad.

Que desde el corazón podamos entonces decirle al Señor, como lo hizo San Ignacio: “dadme vuestro amor y gracia que esto me basta”.

 

Acerca del Colegio

El Colegio Seminario forma parte de la red de instituciones educativas católicas de la Compañía de Jesús (Jesuitas), presente en 127 países. Inspirado en la Iglesia y los valores del Evangelio, el Seminario procura una educación según la visión que la espiritualidad ignaciana ofrece de Dios, la persona y el mundo.

 

 

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